Alfonso Fernández-Casamayor (primero a la derecha) vivió sus años universitarios en el Pío XII.
MÁLAGA. Cuando en 1962 terminé el curso preuniversitario en los HH. Maristas de Málaga, marché a Madrid a realizar mi camino universitario, empezando por el curso selectivo de ciencias, con la intención de ingresar posteriormente en la Escuela Superior de Ingenieros de Caminos. Aconsejado por mis padres, me matriculé en el CEU en Madrid, que entonces se ubicaba en el Colegio Mayor San Pablo, y solicité mi incorporación al Colegio Mayor Universitario Pío XII, que había sido inaugurado solemnemente el cuso anterior (1962-63).
D. Ángel Herrera había sido el creador de ambas instituciones universitarias, en momentos distintos. Esto me deparó la ocasión de conocer mejor al que entonces era mi obispo, el obispo de Málaga, desde 1947. Desde entonces hasta su muerte seguí muy de cerca y con gran admiración la vida y el magisterio de D. Ángel. Primero como colegial del Pío XII y luego como seminarista.
Como colegial convivía con otros treinta malagueños en una de las siete plantas del recién inaugurado Colegio Mayor, donde nos comprometíamos no solo a cursar una carrera universitaria, sino a realizar los cursos de Ciencias Sociales del Instituto Social León XIII y a hacer nuestro los principios de la Escuela de Ciudadanía Cristiana que D. Ángel dirigía.
Allí tuve la ocasión de escuchar y asimilar las impresionantes homilías dominicales de Herrera Oria y asistir a las conferencias que nos impartía a los colegiales. Allí tuve la ocasión de cooperar en la experiencia que él llamaba “Universidad y Pueblo”, en la que aprendí tanto de su experiencia de Dios, de su amor a la Iglesia y su entrega al pueblo: se traslucía en sus palabras, en sus gestos, en sus homilías, en sus actuaciones.
Aquellos años de mi vida me experimenté acompañado, educado y comprometido en el estilo concreto de ser cristiano que Herrera Oria significaba e impulsaba, un estilo que unía de una manera enteriza lo espiritual y lo social, el amor a la Iglesia y el amor a la patria, el ser cristiano y ser ciudadano, el trabajar por el Reino de Dios y por el bien común de la sociedad. En ese clima universitario y religioso fue donde tuve la experiencia de que Dios me llamaba al sacerdocio y en 1965 ingresé en el seminario. Allí continué siguiendo muy de cerca el magisterio espiritual y social de D. Ángel y fui profundizando en su vida, primero como apóstol seglar y luego como sacerdote, obispo y cardenal.
Herrera Oria está en el fondo de mi vocación sacerdotal y lo que él significa fue el preámbulo de lo que más tarde, recién ordenado de presbítero, descubrí gracias al seglar Guillermo Rovirosa, que también camina hacia los altares, y al sacerdote Tomás Malagón, mi maestro y amigo. Ellos me trasmitieron lo que constituyó el eje y el nervio de mi vida sacerdotal en el apostolado obrero, en la acción parroquial y diocesana, en la labor formativa del seminario, en la docencia de la teología: la inseparable fidelidad a Cristo y a los pobres. Ojalá el Señor conceda a mi fragilidad la gracia de que siga siendo el norte de mi vida para siempre.
Fuente: Diócesis de Málaga