Felipe García de Pesquera, experto en Derecho Digital y docente de Cardenal Spínola CEU: “A través de nuestra actividad en Internet se configura una huella digital que es rastreable y deja nuestros intereses al descubierto”

SEVILLA (2021.10.14) La huella digital puede ser determinante en la vida de una persona, especialmente a la hora de buscar trabajo o relacionarse con los demás. Por eso, es importante ser conscientes de esta realidad y actuar en consecuencia, no bajando jamás la guardia cuando interactuamos por Internet y conociendo todas las precauciones para no asumir riesgos innecesarios.

Como explica Felipe García de Pesquera, doctor en Derecho y profesor del Centro de Estudios Universitarios Cardenal Spínola CEU, “cada vez que entramos en un medio digital, visitamos una web, utilizamos una APP o compartimos contenido en redes sociales, estamos facilitando a las empresas titulares de los medios online nuestro identificador digital -normalmente una IP-. Con ello, es técnicamente posible saber nuestra ubicación geográfica, con qué navegador trabajamos, cuál es nuestro sistema operativo, idioma, sexo, edad, webs que visitamos, comentarios en blogs o redes sociales, nuestras compras, fotos y publicaciones y, en algunos casos, hasta en dónde hemos estado físicamente. Dejamos un rastro de nuestra actividad digital y, por tanto, se configura una huella digital que es rastreable y descubre los intereses de cada uno de nosotros”.

Como indica el docente, esta es una de las finalidades de las famosas cookies y, por eso, “es muy importante el cumplimiento de la normativa de privacidad puesto que sólo se puede tratar esta información con efectos estadísticos y/o anonimizados”.

En este punto alerta de que, aunque “es cómodo acostumbrarse a las cookies, puesto que tienen memoria y nos permite navegar rápidamente por Internet en caso de que nos pidan usuario y contraseña, debemos tener presente que gracias a ellas terceras personas pueden elaborar perfiles muy detallados de nuestra personalidad, costumbres, gustos y aficiones a través de los datos recopilados y ya sabemos que quien tiene información, tiene poder. Y, además, pueden llegar a hacer negocio vendiendo datos muy jugosos para las empresas”,

Este conjunto extenso de información personal que se obtiene como consecuencia de la navegación por Internet y redes sociales da origen al llamado Big Data, el cual no deja de configurarse como un conjunto masivo de tratamientos que exponen lo más íntimo de nuestra personalidad.

Sobreexposición del “YO digital”

En este sentido, el profesor García de Pesquera muestra su preocupación por el hecho de que “nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, se han acostumbrado a “contar” y exponer toda su vida en el mundo virtual, sin darse cuenta están creando paralelamente a su identidad civil y real una identidad digital, un YO digital que va dejando marcas de todo lo que hacen y que en cualquier momento futuro puede suponer una seria amenaza a su integridad, intimidad, reputación personal, honor e imagen. Además, en el caso de las empresas también puede verse afectada su reputación con una fuga de información”.

Todo ello sin entrar en la posible comisión de delitos, “el uso ilícito de esa información por parte de los llamados hackers -suplantación de identidad, estafas, chantajes…-, que pueden tener consecuencias para los ciudadanos, como los casos más famosos de chantajes digitales como ocurrió hace un par de años en el Ayuntamiento de Jerez o recientemente al Ayuntamiento de Sevilla”, recuerda.

Con los alumnos del Grado en Derecho de Cardenal Spínola CEU se trabaja sobre esta y otras cuestiones de esta índole “a través de casos prácticos, buenas prácticas que son dignas de difundir y, sobre todo, sensibilizando más allá del cumplimiento normativo, aplicando la ética y la buena fe a la hora de construir una comunidad digital de conocimiento y de convivencia, como fiel reflejo de lo que trabajamos día a día en nuestra Universidad”, destaca el docente.

Para concluir, insiste en que todo lo expuesto “es aplicable a cualquier tipo de dispositivo que se pueda conectar a Internet, no sólo los ordenadores. Pensemos en tabletas y smartphones. O en frigoríficos, termostatos, coches, despertadores o asistentes digitales: son los dispositivos que configuran el Internet de las Cosas (Iot), que forman parte del ecosistema de nuestro hogar y que nos hacen olvidar que muchos de ellos disponen de micrófonos o videocámaras que pueden grabar nuestras acciones o nuestras palabras en nuestra más estricta intimidad”.