Alfonso Bullón de Mendoza: “La Universidad consiste en la generación de un ámbito privilegiado donde nuestros alumnos sean capaces de encontrarse con la Gran Tradición por medio de sus profesores”

El presidente de la Asociación Católica de Propagandistas y del CEU es entrevistado en “El Debate de Hoy”

Una entrevista que busca hacer visible la fe, fuente de vida y renovación, en un mundo postsecular

“Ante la realidad que vivimos hoy en día, para los católicos el criterio de valoración es el Evangelio”

“Somos afortunados al tener a Ángel Herrera Oria como figura de referencia en estos momentos de la Historia de España y del mundo”

SEVILLA (2021.01.12) El Debate de Hoy publica esta entrevista, que reproducimos, a Alfonso Bullón de Mendoza, presidente de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y de la Fundación Universitaria San Pablo CEU, realizada por Pablo Velasco y Pablo López.

En ella, aborda el debate sobre la presencia pública de los intelectuales cristianos y apuesta por la «insobornable capacidad de decir la verdad de las cosas» y «no aceptar las mentiras que se nos proponen a modo de dogmas».

Imagen: El Debate de Hoy

Entrevista

Miguel Ángel Quintana Paz y Diego Garrocho se preguntaban desde las páginas de The Objective y El Mundo, respectivamente, sobre la presencia en los debates públicos de la propuesta de los intelectuales católicos, criticando la idea generalizada de que los medios de comunicación de masas silencian estas posiciones. Objetando que no es una cuestión de medios, ya que la Iglesia Católica cuenta con dichos medios y con una potente red de colegios, donde se forman o estudian muchos de aquellos que luego silencian esta posición.

Esta objeción plantea dos aspectos relevantes de la constitución del sujeto cristiano que muchas veces se dan por supuesto. En primer lugar, la identidad cristiana y, en segundo lugar, los fines de las obras educativas de la Iglesia; en particular, cómo se consigue transmitir la fe. Presuponemos que tanto los colegios como las universidades de titularidad eclesial (de una orden religiosa, un movimiento o cualquier otra institución religiosa) es de hecho cristiana y, por tanto, manifestará esa identidad como criterio esencial de su trabajo.

Con esta conversación con Alfonso Bullón de Mendoza, presidente de la Fundación Universitaria San Pablo CEU y de la Asociación Católica de Propagandistas, además de catedrático de Historia Contemporánea, iniciamos una serie de entrevistas para preguntar cómo hacer visible la fe en un mundo postsecular.

Pregunta: En la Carta a Diogneto, se afirma que los cristianos viven en medio de las ciudades participando activamente en ellas, pero trascendiéndolas. Nos encaminamos a una sociedad postsecular, pagana o directamente anticristiana, ¿cómo vivir como cristianos hoy?

Respuesta: Dejándonos inspirar por la famosa carta a Diogneto a la que aludes, lo primero que se me ocurre decir es que a los cristianos hoy se nos invita a vivir nuestra fe en Cristo, por un lado, con sencillez, sin hacer cosas ni demasiado extraordinarias ni llamativas. Y eso incluye también el ámbito mediático. Pero de otro lado, con una insobornable capacidad de decir la verdad de las cosas, de no aceptar las mentiras que se nos proponen a modo de dogmas. Mi criterio sería, en suma, vivir con sencillez y veracidad.

P: También podemos leer en ella: «lo que el alma es en un cuerpo, esto son los cristianos en el Mundo». ¿Cómo cree que se podría recuperar esta imagen de los cristianos? ¿Cómo volver a ser el alma en el mundo?

R: Me parece que la respuesta está en la misma pregunta: siendo cristianos. En este sentido me parece que no se trata de recuperar una «imagen» como la de «ser» lo que somos, porque sólo así seremos un «alma» para el mundo, es decir, una fuente de vida y de renovación.

P.: Este ser alma exige un compromiso, un encuentro. Tanto Benedicto XVI como Francisco nos han recordado que no se es cristiano por una cuestión ética sino por un acontecimiento. ¿Qué significa ese acontecimiento, el encuentro con Cristo?

R.: Entiendo que es el reconocimiento, de mente y de corazón, de que Cristo ha resucitado y que vive entre nosotros por medio de su Espíritu Santo. Y al mismo tiempo es preciso señalar que este «reconocimiento» no deja de ser una decisión ética y del más hondo calado. Una decisión que implica por entero toda nuestra forma de ver y concebir la realidad, así como nuestro modo de actuar (moral) frente a esa realidad vista desde la perspectiva de la salvación que Cristo nos ha traído con su nacimiento, muerte y resurrección.

P.: Durante mucho tiempo, los principios cristianos eran esenciales. Ahora, parecen que se han olvidado e incluso muchos los atacan. Desde el punto de vista histórico, ¿qué factores han influido en esa pérdida de influencia?

R.: Sin duda, se trata de una complejidad de factores, pero del que yo destacaría uno: el de la libertad humana. La eficacia del anuncio de Cristo siempre dependerá de la libertad de hombre para aceptarlo o no. Dios lo ha querido así, nos ha querido libres ante su propuesta de Redención. Y siempre será un misterio el hecho de por qué los hombres pueden no aceptar a un Dios todo Amor, cuyo único deseo es que nos salvemos y seamos felices. Y es evidente que, junto a este, que es el factor decisivo y que en modo alguno se debe dar por descontado, se pueden argüir otra multitud de causas que pueden inducir más o menos a que los hombres opten por la fe o por la incredulidad. Factores como el de una sociedad anclada en una obsesiva búsqueda del bienestar, el influjo de poderosas fuerzas enemigas de toda transcendencia, o el pecado mismo de nosotros, los cristianos, hayamos podido cometer en el pasado o en el presente, son todos ellos factores que coadyuvan, sin ningún género de duda, a que muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo hayan podido perder la fe. Y con todo, insistiría en lo que dije al principio, que procedamos de una sociedad cristiana no garantiza que esta corriente de fe en Cristo se mantenga en el tiempo. En todo caso, lo que a nosotros nos toca, como propagandistas, es mostrar la pertinencia de lo cristiano respecto del deseo más profundo del corazón del hombre, de hoy y de todos los tiempos, cómo sólo con Cristo se cumple el anhelo de todo hombre de Verdad, de Bien, de Belleza y de Justicia.

P.: Es verdad que algunas ideas cristianas han sido esenciales en la configuración de muchos de nuestros ideales. Sin embargo, una vez que perdieron su vigencia formal o se han sustituido por otros o se han cambiado, ¿en qué medida esta pérdida se debe a cierta tibieza o debilidad de los cristianos?

R.: No tengo ninguna duda de que asistimos a una crisis de fe. Misteriosamente, parece que la fe de los hombres en general, y también de los cristianos, parece pasar por un momento de debilidad. Por suerte, Dios no pierde la fe en el hombre, y esto es lo más decisivo y donde radica de hecho nuestra esperanza. Dios no nos abandona y el Espíritu Santo «no descansa» en su búsqueda del corazón del hombre. La posibilidad de una vuelta a Dios siempre está presente y, por qué no, puede suceder en cualquier momento. Es una cuestión de gracia.

Imagen: El Debate de Hoy

P.: Muchas veces tenemos posturas reactivas propias de lógicas dialécticas que tienden a caricaturizar las posiciones de la Iglesia. ¿Cómo hacer visible la fe de una forma no reactiva? ¿Cómo lo haría hoy el siervo de Dios Ángel Herrera?

R.: Realmente pienso que los propagandistas somos afortunados al tener a Ángel Herrera Oria como figura de referencia en estos momentos de la Historia de España y del mundo. Su capacidad de equilibrio y mesura en las circunstancias más hostiles son dignas de admiración y una enseñanza permanente para nosotros, los miembros de la ACdP. En este sentido, imagino que cuando me preguntas por no ser «reactivos» haces referencia a que los católicos no podemos convertirnos en el «partido del no», en una permanente oposición a las propuestas del Mundo moderno. Pero también me gustaría señalar la otra posible tentación, una tentación que me parece de hecho mucho más actual y no menos perniciosa que la anterior. Y es convertirnos en una posición «adaptativa». Me parece percibir en estos momentos una gran tentación de «adaptarse» a la mentalidad y los valores del mundo, frente a lo que nos advertía san Pablo. Y de ahí que siempre esté vigente para nosotros, los católicos, su gran enseñanza de «valoradlo todo y quedaos con lo bueno». Pero el criterio de valoración es, y sólo puede ser, el Evangelio.

P.: El papa Francisco suele decir que hoy muchos cristianos tienen cara de vinagre, ¿cómo seguir hoy la idea repetida en Evangelium Gaudium de la alegría de la fe?

R.: Es cierto. Nuestro punto de partida sólo puede ser un agradecimiento y, por tanto, una alegría profunda que nace de una conciencia radical de que se nos ha dado todo, realmente Todo. Dios se nos da en la Creación, en el hermano y, sobre todo, en la Eucaristía. ¿Qué más podemos pedir? Lo tenemos «Todo» para comenzar una nueva Evangelización, sólo hace falta empezar a percibir las cosas de este modo para que una nueva alegría -que es el gran secreto de los cristianos, como decía Chesterton- irrumpa en el mundo.

P.: A veces confundimos esta alegría con un sentimiento o con un folclore. Sin embargo, es necesario hoy una fe más racional, más sustentada en certeza. ¿En qué medida las universidades pueden contribuir a revitalizar la razón y su síntesis con la fe?

R.: En cierto modo, si no son ellas, ¿quién? Porque si eso no sucede, si no se da una revitalización del nexo existente entre razón y fe, la Universidad será un proyecto frustrado y frustrante. Y fíjate que no digo las Universidades católicas, ni siquiera las Universidades CEU. Digo la Universidad en cuanto tal. La alternativa a una Universidad que vive de la fecunda tensión entre razón y fe es, o bien la de una Universidad reducida a ideología, como sucede en el ámbito de las Humanidades, o bien la de su reducción a FP en el resto de los ámbitos y disciplinas.

P.: En este sentido, ¿cuál debe ser el papel de las instituciones como el CEU en este nuevo proceso de evangelización?

R.: Exactamente el expresado en el punto anterior. La Universidad consiste en la generación de un ámbito privilegiado donde nuestros alumnos sean capaces de encontrarse con la Gran Tradición por medio de sus profesores. Es el estímulo para que las nuevas generaciones puedan descubrir con gozo el gran tesoro que nos han legado las generaciones pasadas, y que no es otro que el de una fe que se ha convertido en cultura, como en su momento pudo afirmar san Juan Pablo II con toda rotundidad: «La síntesis entre cultura y fe no es sólo una exigencia de la cultura, sino también de la fe… Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no totalmente pensada, no fielmente vivida».